¿Cuál es el punto en que nos planteamos si todo aquello que
quisimos ser cuando púberes, lo somos o aún lo pensamos ser? Por ejemplo:
proyectar siendo un purrete el deseo de que en el futuro no vamos a estar
pendiente del horario, jamás usaremos zapatos, ni viviremos de la oficina
a la casa y de la casa a la oficina, suele ser muy fácil hasta que
la vida nos acomoda un poco y nos encontramos yendo a una entrevista de trabajo
vestidos con pantalones de $600, zapatos y camisa, deseando que las otras personas
citadas tengan un oído menos que uno, o tres ojos, o que no sepan diferenciar
lo que son medias del mismo color. Y la realidad puede ser todavía peor: el
puesto al que aspiramos (momentáneamente) es ESE puesto en ESE lugar que
siempre repudiamos por considerarlo cuna del capitalismo voraz que discrimina
pobres de ricos y no bueno de malo (hace tiempo dejó de existir lo bueno y lo
malo, hoy con presentar la VISA
ya alcanza).
En fin, archivamos en un cajón oscuro esos proyectos de
buscavidas o de hippies con los pelos al viento por que el arte no es
redituable, por lo menos no al principio. Se vuelve redituable cuando
alcanza para llenar la barriga de una industria cultural que le es ajena al
artista. Pero ojo, va a haber que dejar de comer unos días para alimentarla
primero. No todos pueden darse ese lujo.
Es ahí, en ESE punto que caemos en la cuenta que lo que quisimos
ser, no es que no pudimos, ni tampoco que no quisimos, sino que no nos dejaron
ser. Siempre, desde un comienzo EL guió nuestros actos, nos hizo entender que
era a lo que realmente estábamos destinados a ser desde nuestro primer día
de escuela y hasta nuestro ultimo día de secundario: vestirnos con zapatos de
cuero, pantalón de vestir, camisa y corbata y por supuesto, bien
peinados ("bien" a SU criterio), salir a buscar trabajo esperando ser
mejores que otro según el criterio desconocido de alguien que nos va a
seleccionar. Y nosotros, tristemente, sabiendo que la mejor escalera al éxito es el fracaso del
otro.
Caímos, defraudamos al niño, al adolescente que tenemos dentro
nuestro a cambio de un sueldo a fin de mes, dejamos de ver a nuestros mejores
amigos por ese sueldo a fin de mes, dejamos en un rincón llenándose de polvo la
guitarra por ese sueldo a fin de mes (teníamos que comer, ché).
Cuanto más crecemos mas pareciera que se aleja de nosotros eso que
quisimos ser, nos dicen que "maduramos", que "ya somos
grandes". Lo cierto es que a EL no le conviene tener súbditos infelices e
impotentes. La impotencia es potencia reprimida. Es pólvora acumulada. Solo una
chispa es capaz de desencadenar el cambio. Pero mientras tanto, seguimos
buscando dónde y cómo EL nos ordena para conseguir lo que EL nos ofrece.
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