Translate

martes, 5 de febrero de 2013

"La impotencia es potencia reprimida"


¿Cuál es el punto en que nos planteamos si todo aquello que quisimos ser cuando púberes, lo somos o aún lo pensamos ser? Por ejemplo: proyectar siendo un purrete el deseo de que en el futuro no vamos a  estar pendiente del horario,  jamás usaremos zapatos, ni viviremos de la oficina  a la casa y de la casa a la oficina, suele ser muy fácil  hasta que la vida nos acomoda un poco y nos encontramos yendo a una entrevista de trabajo vestidos con pantalones de $600, zapatos y camisa, deseando que las otras personas citadas tengan un oído menos que uno, o tres ojos, o que no sepan diferenciar lo que son medias del mismo color. Y la realidad puede ser todavía peor: el puesto al que aspiramos (momentáneamente) es ESE puesto en ESE lugar que siempre repudiamos por considerarlo cuna del capitalismo voraz que discrimina pobres de ricos y no bueno de malo (hace tiempo dejó de existir lo bueno y lo malo, hoy con presentar la VISA ya alcanza).

En fin, archivamos en un cajón oscuro esos proyectos de buscavidas o de hippies con los pelos al viento por  que el arte no es redituable,  por lo menos no al principio. Se vuelve redituable cuando alcanza para llenar la barriga de una industria cultural que le es ajena al artista. Pero ojo, va a haber que dejar de comer unos días para alimentarla primero. No todos pueden darse ese lujo. 

Es ahí, en ESE punto que caemos en la cuenta que lo que quisimos ser, no es que no pudimos, ni tampoco que no quisimos, sino que no nos dejaron ser. Siempre, desde un comienzo EL guió nuestros actos, nos hizo entender que era a lo que realmente estábamos destinados a ser desde  nuestro primer día de escuela y hasta nuestro ultimo día de secundario: vestirnos con zapatos de cuero, pantalón de vestir, camisa y corbata y por supuesto, bien peinados ("bien" a SU criterio), salir a buscar trabajo esperando ser mejores que otro según el criterio desconocido de alguien que nos va a seleccionar. Y nosotros, tristemente, sabiendo que la mejor escalera al éxito es el fracaso del otro. 

Caímos, defraudamos al niño, al adolescente que tenemos dentro nuestro a cambio de un sueldo a fin de mes, dejamos de ver a nuestros mejores amigos por ese sueldo a fin de mes, dejamos en un rincón llenándose de polvo la guitarra por ese sueldo a fin de mes (teníamos que comer, ché). 

Cuanto más crecemos mas pareciera que se aleja de nosotros eso que quisimos ser, nos dicen que "maduramos", que "ya somos grandes". Lo cierto es que a EL no le conviene tener súbditos infelices e impotentes. La impotencia es potencia reprimida. Es pólvora acumulada. Solo una chispa es capaz de desencadenar el cambio. Pero mientras tanto, seguimos buscando dónde y cómo EL nos ordena para conseguir lo que EL nos ofrece.